
No hace mucho, una señora divorciada me encargó que evaluara a su hija pequeña, de poco más de dos años, porque venía observando que después de estar unas horas con su padre, estaba muy revoltosa, rebelde y la insultaba, sí aún hablaba poco, pero había aprendido a decirle tonta, mala y otras cosas. la nena, normalmente no se comportaba así y esto le preocupaba. Bien, elegí el método de la observación directa en su ambiente natural, debido a la edad de la menor. Y con estos y otros datos aportados por personas de su ambiente inmediato, elaboré el informe.
Como la madre quería más datos sobre el tema, acudió a un psicólogo de prestigio, con nombre, de esos que trabajan en un lugar público del que nunca saldrán porque han opositado (con todos mis respetos a los opositores).
Hacía tiempo que este psicólogo en cuestión me daba mala espina por no estar de acuerdo sobre ciertas cuestiones éticas y porque tras haber leído algún que otro informe suyo, había visto ante mi sorpresa que, en vez de evaluar e informar, atacaba de forma despiadada a otros profesionales compañeros, apoyándose en ese saber bibliográfico, en ese estatus, en su "yosemás quenadie".
La madre habló con él en su fabuloso despacho privado desde el que hace informes con el membrete de la entidad pública que todos pagamos. Previo pago, claro.
Cuando la señora acabó de exponerle el caso, el profesor al despedirse, le dijo: "dígale a su abogado que me llame y me diga lo que tengo que poner".
Ella no volvió, él se enfadó y, cuando la madre me lo contó sentí vergüenza de que hubiese profesionales así.